¿Sabías que Kioto también tiene mar? En el extremo norte de la prefectura, a orillas del Mar de Japón, existe una región poco conocida por los viajeros, pero de una belleza serena y poderosa. Esta zona fue en otros tiempos un importante punto de intercambio con Asia continental y hogar de los barcos Kitamaebune. Hoy, conserva su espíritu costero en paisajes que combinan historia, espiritualidad y naturaleza.
En esta primera parte del recorrido, te invito a explorar Amanohashidate, un banco de arena cubierto de pinos que atraviesa la bahía como un puente flotante. Uno de los tres paisajes más bellos de Japón, es también un lugar lleno de leyendas, templos y miradores que ofrecen vistas que quitan el aliento.
Amanohashidate: el puente celestial de los paisajes japoneses
Considerado uno de los tres paisajes más hermosos de Japón —junto con Matsushima en Miyagi y Miyajima en Hiroshima—, Amanohashidate es una obra de arte natural que parece haber sido esculpida por los dioses. Su nombre significa literalmente “puente en el cielo”, y basta con contemplarlo desde las alturas para entender por qué: una delgada lengua de arena cubierta de pinos atraviesa la bahía de Miyazu como si un dragón danzante flotara entre las nubes.
Esta formación geológica, similar a la Manga del Mar Menor en España, es fruto de siglos de paciente trabajo entre las corrientes del Mar de Japón y los sedimentos del río Noda. Con una extensión de 3,6 kilómetros de largo y hasta 170 metros de ancho en su punto más generoso, Amanohashidate alberga unos 6.700 pinos que lo convierten en un paseo boscoso sobre el agua.
Cruzar este “puente natural” es una experiencia sensorial. Caminando, el trayecto toma unos 50 minutos; en bicicleta, apenas 20. Yo elegí esa segunda opción, dejándome llevar por el murmullo de las hojas mientras pedaleaba hacia el norte. A la vuelta, opté por el ferry: un breve viaje de 12 minutos que permite contemplar desde la cubierta abierta la silueta de Amanohashidate, como una pincelada verde trazada sobre el azul profundo del mar. Es un recorrido circular que puede adaptarse a tu ritmo y al humor del día.
El santuario escondido y las mejores vistas de Amanohashidate
A tan solo diez minutos a pie desde el extremo sur de Amanohashidate, tras cruzar los puentes Kaisenkyo y Daitenkyo, se encuentra un rincón silencioso donde la espiritualidad se entrelaza con la naturaleza. El Santuario Amanohashidate, envuelto por un bosque de pinos y apenas visible entre la vegetación, está dedicado a los Ocho Grandes Reyes Dragón, guardianes de antiguas leyendas que aún flotan en el ambiente como ecos del pasado.
Muy cerca del santuario, hay un pozo singular: el manantial Isoshimizu. Es un fenómeno que asombra por su pureza, pues a pesar de hallarse rodeado por agua salada, brota agua dulce y cristalina. Esta fuente se utiliza como temizuya, el tradicional lavamanos ritual antes de rezar, y añade un matiz de misterio a la visita.
Dos miradores para ver Amanohashidate desde el cielo
Subir a lo alto para contemplar Amanohashidate es casi un ritual. Desde cada extremo, el paisaje se revela con una personalidad distinta, como si el mismo dragón tomara formas diferentes según el ángulo del sol.
Amanohashidate Viewland: la vista del dragón alado
En la cima del monte Monju, al sur de la bahía, se encuentra Amanohashidate Viewland. Se puede llegar en teleférico o telesilla, ambos medios ofrecen un ascenso tranquilo con vistas al mar y a los tejados del pequeño pueblo costero. Arriba, sorprende encontrar un parque de atracciones familiar, donde lo lúdico se mezcla con lo sublime. Desde su plataforma principal se contempla la célebre “Hiryūkan” —la Vista del Dragón Volador—, donde la lengua de arena parece desplegar alas sobre la bahía.
Parque Kasamatsu: el dragón que asciende
Al norte, en la ladera del monte Nariaiyama, el parque Kasamatsu ofrece una vista distinta, quizá más introspectiva. También se puede subir en teleférico o combinarlo con telesilla, lo que permite ajustar el recorrido al ritmo de cada visitante. En la parte más alta se halla “AmaTerrace”, un moderno mirador con cafetería y tienda, ideal para hacer una pausa con vistas. Desde aquí, la franja de pinos se alza como un dragón que asciende al cielo, lo que da nombre a la vista: “Shōryūkan”.
Este mirador es también célebre por la tradición del “Matanozoki”: los visitantes se inclinan hacia delante, miran el paisaje entre sus propias piernas y, con esa inversión del mundo, Amanohashidate se revela como un puente suspendido entre el cielo y el mar. Una simple inversión que transforma la mirada.
Templo Nariaiji: espiritualidad entre la niebla de la montaña
Desde el Parque Kasamatsu, un breve trayecto en autobús —o para los más decididos, una caminata por un empinado sendero de montaña que toma unos siete minutos— lleva hasta uno de los enclaves más espirituales del norte de Kioto: el Templo Nariaiji.
Este templo, el número 28 en la célebre Peregrinación de Saigoku, tiene raíces que se hunden profundamente en la historia. Según la tradición, fue fundado en el año 704 como templo imperial por orden del emperador Mommu. Además de su valor histórico, Nariaiji fue también un importante centro de shugendō, la antigua práctica ascética que combina budismo, sintoísmo y veneración de la montaña. No es extraño, por tanto, que muchos lo consideren un lugar cargado de energía y recogimiento.
Rodeado de espesos bosques y a menudo envuelto en una neblina tenue, el templo ofrece una atmósfera introspectiva que contrasta con la apertura luminosa de los miradores. Visitarlo es una forma de complementar la contemplación del paisaje con una conexión más íntima con la espiritualidad japonesa.
La Pagoda Heisei: cinco pisos de elegancia recuperada
En el recinto del Templo Nariaiji se alza una estructura que no pasa desapercibida: la Pagoda Heisei de cinco pisos. Aunque es una reconstrucción moderna, sus colores intensos y la fidelidad a los detalles arquitectónicos del período Kamakura la convierten en uno de los elementos más fotogénicos del lugar. Su madera rojiza contrasta con el verdor del entorno y parece recordar que lo antiguo también puede renacer con dignidad y belleza.
Templo Chionji: sabiduría en la orilla sur
De regreso a la zona sur de Amanohashidate, tras desembarcar del ferry, me desvié hacia el Templo Chionji. Es uno de los tres templos en Japón dedicados al Bodhisattva Monju, la deidad de la sabiduría. No es raro ver a estudiantes y familias enteras rezando por el éxito en los exámenes o por mayor claridad mental.
La gran puerta que da a la calle Chaya, de estilo zen, es una de las más imponentes de toda la región de Tango y está reconocida como patrimonio cultural local. A su sombra, se percibe el murmullo sereno de la historia, mezclado con el paso lento de los visitantes que se detienen a leer los ema, pequeñas tablillas de oración cargadas de anhelos.
Kanshichi Chaya y el dulce de la inteligencia
Frente al templo se alinean varias casas de té tradicionales, pero hay una que destaca por su historia y dulzura: Kanshichi Chaya, fundada en 1690. Allí se vende el “Chie no Mochi”, un pastelito de arroz glutinoso que, según la leyenda, otorga sabiduría si se consume después de rezar en Chionji. Lo probé, claro, más por la curiosidad que por necesidad —aunque nunca está de más un poco de lucidez extra—. Su textura suave y su sabor sencillo completaron con delicadeza este recorrido que alterna lo espiritual con lo cotidiano.
Este recorrido por Amanohashidate es solo el inicio. En la segunda parte de la ruta, seguimos bordeando el mar de Kioto para descubrir paisajes aún más remotos y pueblos con alma marinera que conservan intacta su relación con el agua. Puedes continuar la lectura en el artículo, Ine no Funaya: Rura por el mar de Kyoto II ”.