Matsumoto, en la prefectura de Nagano, se despliega al abrigo de los Alpes del Norte japoneses, con un paisaje que combina montañas despejadas y una vida urbana de escala humana. Camino sus calles con la sensación de estar en una ciudad que ha sabido guardar memoria: barrios de casas bajas, galerías discretas y un pulso cultural que late sin estridencias. En estas líneas comparto qué ver en Matsumoto más allá de la postal, desde sus calles históricas nacidas al amparo del Castillo de Matsumoto hasta el diálogo que la ciudad sostiene hoy con el arte contemporáneo. Cuatro siglos de historia, bien preservados, conviven aquí con una energía creativa que invita a quedarse un poco más.
Castillo de Matsumoto (Matsumoto-jō): historia viva del “Castillo Cuervo”
El Castillo de Matsumoto hunde sus raíces en el antiguo castillo de Fukashi, levantado en 1504 para el clan Ogasawara, gobernador de la región de Shinano (la actual Nagano). El complejo que contemplamos hoy pasó por varias manos hasta que su torre principal quedó terminada en 1598. De los doce castillos japoneses que conservan su torre original, este es uno de los cinco designados Tesoro Nacional, junto a Himeji, Inuyama, Hikone y Matsue; una distinción que se percibe tanto en su silueta como en la minuciosidad de su conservación.
Lo que primero atrapa la mirada es su color oscuro. La torre principal de Matsumoto-jō es la única en Japón con muros revestidos de laca negra, un acabado que le ha valido el apodo de “Castillo Cuervo”. De cerca, el brillo azabache no resulta ostentoso; más bien parece absorber la luz de los días fríos, como si el edificio respirara con el clima de los Alpes Japoneses. La laca, demanda un mantenimiento paciente: se repinta cada otoño, aprovechando la sequedad estacional, una tarea meticulosa que mantiene al castillo con ese aspecto sobrio y elegante que lo distingue.
Mientras recorro los pasillos de madera —estrechos, pulidos por siglos de pisadas— imagino el ritmo de la vida feudal, las guardias atentas a la llanura y el sonido seco del viento cuando entra por las saeteras. La estructura, resistente y funcional, parece recordar que la belleza aquí nunca fue un fin sino la consecuencia de una defensa bien pensada. Desde los miradores superiores, Matsumoto revela un paisaje que explica en parte el carácter de la ciudad: discreto, firme, profundamente ligado a su entorno.
Y aunque el castillo seduce por su fotogenia, es en los detalles donde se gana la memoria: los ensambles de madera, las pendientes de los tejados y la armonía entre líneas rectas y vacíos. Todo invita a mirar con calma. Aquí empieza, y de algún modo se resume, la esencia histórica de Matsumoto.
Dónde fotografiar el Castillo de Matsumoto: miradores, reflejos y estaciones
Para fotografiar el Castillo de Matsumoto con su silueta completa, regreso siempre al jardín que abraza el foso. Desde los senderos del borde sur y este, el castillo se refleja boca abajo sobre el agua quieta: en primavera los cerezos en flor forman un marco delicado; en otoño, el kōyō enciende los árboles y multiplica los tonos cálidos en la lámina del foso. En los días despejados, la composición más buscada suma la torre lacada con los Alpes del Norte al fondo, un contraste natural que recuerda dónde estamos: Nagano, territorio de montaña.
Si prefieres una vista elevada, sube al mirador de la última planta del Ayuntamiento de Matsumoto: allí, el encuadre sitúa el castillo en primer término y la nieve que se mantiene en los Alpes hasta principios de mayo aporta un telón luminoso. Es una imagen sobria, limpia, que explica por qué este es uno de los grandes iconos de Nagano.
Consejo práctico: si vas con trípode, muévete con discreción por los bordes de los caminos y evita horas de máxima afluencia. La paciencia —y un par de pasos laterales— suele regalar un reflejo completo sin gente en primer plano.
Calle Nawate (Nawate-dōri): el distrito comercial del “Pueblo de las Ranas”
A cinco minutos a pie del Castillo de Matsumoto, la Calle Nawate aparece como un corredor peatonal de comercios pequeños. Me gusta recorrerla sin prisa: una ferretería tradicional que aún vende herramientas de mano, una floristería que perfuma la acera, algún almacén con encanto que mezcla objetos cotidianos y recuerdos de época. Todo tiene escala humana y una calidez que invita a la conversación breve.
La calle se conoce como el “Pueblo de las Ranas”. La razón está en el cercano río Metoba, cuyas aguas claras acogían antiguamente a ranas de corriente limpia; de ahí surgió la iconografía anfibia que hoy verás en estatuillas, señales y pequeños amuletos. Es un guiño local, sencillo y simpático, que da personalidad al paseo y lo vuelve inolvidable para quien visita Matsumoto por primera vez. Si vas con hambre, encontrarás tentaciones dulces y saladas en puestos pequeños; si vas con curiosidad, encontrarás conversación y objetos útiles que caben en la maleta.
Santuario Yohashira en Matsumoto: donde cuatro dioses escuchan tus deseos
Muy cerca de la animada Nawate-dori, el Santuario Yohashira se abre como un remanso de calma en pleno centro de Matsumoto. El aire aquí tiene un frescor distinto, quizá por el verdor que lo envuelve y tamiza la luz en tonos suaves. Este santuario es especial: consagra a los cuatro dioses principales de la mitología japonesa, algo poco común en Japón, lo que le ha valido la reputación de “dios de los deseos”, capaz —según la creencia popular— de conceder cualquier petición, sin importar su naturaleza.
El ritual del omikuji: tu fortuna en un papel
Entre las prácticas más populares se encuentra el omikuji, un pequeño oráculo en forma de tira de papel que se extrae al azar. En él aparece escrita una predicción o un breve poema waka que, más que un simple augurio, funciona como una guía para la vida. Estas adivinaciones abarcan desde la salud, el amor o la prosperidad, hasta la suerte en viajes, la recuperación de objetos perdidos o la llegada de nuevas oportunidades.
Si el mensaje es desfavorable, se ata en un soporte del santuario, como confiando a los dioses la tarea de disipar la mala suerte. Si, en cambio, la predicción es positiva, se guarda como un amuleto, acompañando a su dueño hasta que se cumpla.
Un lugar para hacer una pausa
En el Santuario Yohashira, quizá no todos reciban la respuesta que esperan, pero es difícil no marcharse con una sensación de ligereza, como si el simple acto de pedir ya hubiera abierto una puerta invisible a la buena fortuna. Además, su ubicación lo convierte en una visita perfecta antes o después de recorrer las tiendas y cafeterías de Nawate-dori.
Calle Nakamachi: almacenes históricos con namako-kabe resistentes al fuego
La Calle Nakamachi es la memoria comercial de la ciudad. Sus fachadas negras y blancas, con patrón geométrico de juntas blancas sobre teja oscura —el namako-kabe—, nacieron como respuesta a un gran incendio en 1888. Los comerciantes, reconstruyeron sus almacenes (kura) con muros resistentes al fuego; hoy esos mismos edificios sobreviven, restaurados y activos, en lo que se ha convertido en la principal arteria de compras con carácter de Matsumoto.
Camino por Nakamachi leyendo los perfiles: puertas correderas, entramados de madera, carteles discretos. Muchos kura se han transformado en cafés, galerías y tiendas de artesanía, pero conservan esa sobriedad que los vuelve fotogénicos sin necesidad de artificio. La luz del mediodía resalta el contraste de los muros; al atardecer, en cambio, el conjunto se suaviza y los volúmenes ganan textura. Es un buen lugar para detenerse, pedir un café y dejar que la calle cuente su historia: comercio, resiliencia y diseño funcional.
Cervecería de sake Yoikana Shuzō: tradición en pleno centro de Matsumoto
Matsumoto llegó a albergar numerosas cervecerías de sake, pero hoy Yoikana Sake Brewery es la única del centro que sigue elaborando con métodos tradicionales. Su producción se cuida al detalle: emplea arroz para sake cuidadosamente seleccionado y agua natural Metobasuizumi, procedente de su propia instalación, para un perfil limpio y local.
Museo de Arte de Matsumoto y la obra de Yayoi Kusama
El Museo de Arte de la Ciudad de Matsumoto conserva una exposición permanente con fondos destacados de la ciudad y una muestra central de Yayoi Kusama, artista nacida en Matsumoto. Frente al museo se alza su escultura monumental “Flor Fantasma”.
Vanguardista, novelista y poeta, Kusama comenzó a pintar en la infancia como refugio ante alucinaciones visuales y auditivas. Tras mudarse a Estados Unidos en 1957, creó pinturas y piezas tridimensionales y protagonizó Happenings que le valieron el apodo de “Reina de la Vanguardia” en los años sesenta. Su obra se reconoce por la repetición de lunares y mallas.
Además del museo de Matsumoto, puede verse en instituciones de todo Japón, incluido el Museo Yayoi Kusama en Tokio, y en espacios al aire libre como Naoshima (prefectura de Kagawa).